sábado, 25 de junio de 2016

Cuando la obsesión supera a la lógica. Crónica de una supervivencia

Hace unos días estuve en la filmoteca de Madrid. Hacían un pase de una película biográfica sobre el último año del poeta, escritor, director y ensayista Pasolini. La atracción que he sentido por este personaje siempre ha sido obsesiva y era natural que allá fuera a solas, como se deben disfrutar estas cosas, pero lo que no sabía es que me iba a encontrar de lleno con una clase magistral sobre el amor al cine, a la reivindicación, al arte y a la lucha por la perduración.
La proyección contaba con la presencia de su director venido desde Italia, Federico Bruno. No solo proyectaban Pasolini. La verdad oculta, habían programado una retrospectiva de gran parte de su obra durante el mes de junio.
La película no se metió en los terrenos pantanosos de los gustos sexuales, vicios y demás cosas que ya nos han contado demasiado, nos hablaba del artista Pasolini, de su capacidad por tocar todos los palos de la expresión artística y ser capaz de crear, reivindicar y alzar su voz más allá del soporte sobre el que lo hiciera. Una forma muy acertada de rescatar un personaje que ha sido enterrado de la historia de Italia por su discurso incómodo, su trágico final y sus filias sexuales. A la altura de Visconti, Fellini, De Sica y otros artistas neorrealistas, Pasolini ha quedado relegado a los cuatro raros que lo reivindicamos y que nos preocupamos de leer su mensaje cruzando la línea más allá de las imágenes impactantes de 120 días en Sodoma o su retrato erótico-festivo de su adaptación de Los cuentos de Canterbury. Es triste ver como el discurso que lanza queda a merced del escándalo de la recepción visual, sin que el espectador se atreva a darle la oportunidad a escuchar todo lo que nos grita en cada escena de sus obras.
Pero más allá de lo que redescubrí de este artista todoterreno, quedé sobrecogido por la verdad con la que el director se nos presentó, a él y a su película. Federico Bruno es un director que no le tiene miedo a nada, o al menos eso nos trasmitió. Tuvo que vender una casa para poder financiar esta película cuando todas las fuentes de financiación le dieron la espalda, y siguió adelante. Su obra no ha sido exhibida en salas comerciales, ni siquiera en televisión, solo dos filmotecas, una de su país y la de Madrid, le han dado la oportunidad de poder exhibirla. Ninguna de sus películas, trece ya, han tenido un respaldo en su país; tal y como él dijo en clave de humor tiene el récord guiness en invisibilidad.
Este panorama, que el nos contaba sin aparente preocupación, me devolvió la fe en el arte, en el cine y en las personas creadoras que lo hacen como responsabilidad social con su entorno y como creencia absoluta en lo que hacen, más allá del dinero. Artistas puros, que son capaces de dejarlo todo por entregarse a su vocación y a lo que consideran como su obligación en esta vida.
Verlo ahí parado, hablando con los ojos brillantes y emocionados, fue algo que me traspasó, me presentó a un hombre con una visión del arte absolutamente idealista y preocupado por desarrollarlo de esa forma.
Ojalá hubiera muchos más Federicos Brunos en el mundo, que la vocación los poseyera de tal forma que su única preocupación fuera encontrar el dinero para rodar su siguiente película, no para ganarlo. Cuando un artista dice que su finalidad no es tener tener fama, ni encontrar una sala para proyectar, sino hallar un lugar para guardar su obra y que pueda contribuir a la cultura del futuro es el momento de quitarse el sombrero y agachar la cabeza ganándose nuestro respeto para siempre.
Este maravilloso Don Quijote italiano, que no se cansa de luchar contra molinos, cabalgando sin ni siquiera un escudero es lo más cercano a lo que yo me encontrado, y creo que me encontraré en mi vida, a un artista de verdad.
Cuando salí de esa sala de Madrid, me sentí lleno de verdad, con una fe en el arte que ya casi había perdido. Consiguió lo casi imposible, que relegara a Pasolini a un segundo plano por haber quedado cegado de un verdadero superhéroe contemporáneo.
Yo que solo iba para ver si descubría algo nuevo del poeta, escritor, director y ensayista.

Y la realidad superó las expectativas.

domingo, 5 de junio de 2016

Polvo somos

Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
La vida y la muerte se abrazan, convergen en el mundo para llorar a sus muertos.
Cuerpos dormidos, carne inerte bajo la tierra que los vio nacer. La muerte se pasea entre los recovecos de ciudades donde el silencio molesta.
Nos observan, cargan sobre nuestras espaldas sus gemidos de desesperación, extinguiéndose en la oscuridad del vacío, pidiendo terminar lo que dejaron sin hacer.
Cementerios, último aliento de recibimiento, morada de almas perdidas, cárcel de almas inocentes. Todas en el mismo sitio, pudriéndose en el mismo lugar.
La longevidad del olvido, lápidas secas ansiosas de lágrimas que les recuerden lo que era la vida.
Vírgenes que observan desde su divinidad mundana. Caricias frías de mármol y piedra que observan los gemidos de niños, mayores y ancianos desesperados, ansiosos por encontrar una respuesta que nunca llega mientras sus cuerpos se descomponen. Preguntan a ángeles que se erosionan sin saber qué contestar.
No recuerdan nada, no saben nada. Su amor, sus temores, sus odios, todo se esfuma.
Se libran guerras, guerras del fin del mundo y nadie llora. Los soldados están durmiendo y nadie sabe que hacer, nadie está a salvo. Nunca se escapan, siempre los atrapa.
Puñados de polvo que alimenta el dolor de una tierra que no deja de gritar y con ella todos los repudiados, los olvidados, los que duermen como vivieron.
En su parcela, en su infinita morada de un metro cuadrado recuerdan todo lo que rechazaron en esta vida esperando encontrar en la siguiente.
Oscuridad, negrura, el espesor de una noche que dura para siempre.
Pasado, presente y futuro, todo se resumen en un solo tiempo: jamás. El jamás de las cosas que quedaron sin terminar, que les recuerda que el tiempo solo tiene una dirección; palabra pegada a carne, pellejo y huesos, incluso después de ser convertidos en polvo.
El vacío de dejar de ser lo que ya no se volverá a ser jamás.
La energía reclama lo que es suyo.
Somos uno y tarde o temprano tendremos que volver a la unidad que desde el momento que nacemos nos reclama desde la oscuridad de la nada.