domingo, 8 de mayo de 2016

Soledades en la era digital

Caminamos por esta vida con la esperanza de encontrar a alguien que nos acompañe, nos apoye y nos haga más fácil el camino. Normalmente, queremos que esa persona sea nuestro compañero de viaje y de cama para no sólo hacernos más liviano el camino sino también más divertido. Cada vez más gente decide hacer su camino a solas, sin necesitar a nadie que le haga de bastón al caminar; decisión respetable pero que me hace plantearme alguna que otra pregunta.
El concepto de ser social que describen todos los libros cuando hablan de nuestra especie se ha deformado. Queremos tener gente al lado para volcarle nuestras frustraciones, para que nos aguante, para que nos haga compañía en esas noches en las que, aún sin quererlo, nos damos cuenta que necesitamos a alguien que nos abrace por la noche. Pero, en cuanto amanece y se nos pasa la morriña, todo queda como un favor mutuo, como cuando estás perdido en mitad de la montaña y tienes que abrazarte a tu compañero de viaje para no morir de frío. Pura practicidad.
Practicidad. Nos hemos vuelto demasiado prácticos. Tenemos smartphones que nos llevan a la misma puerta del lugar que buscamos, ordenadores que nos hacen el trabajo más fácil y redes sociales que nos ayudan a  ser populares sin salir de casa. Todo lo que nos rodea en nuestra vida cotidiana es tan práctico que lo que requiere un mínimo proceso mental para comprenderlo nos da máxima pereza, como las relaciones humanas. Aún no existe aplicación que nos marque el camino cuando te relacionas de una forma íntima con otra persona, así que hay que echar mano del cerebro y de nuestra ¿inteligencia? emocional. ¡Qué pereza! Mejor encajar piezas en el Candy Crush que en nuestra vida.
Pobres de nosotros. Queremos olvidar lo que significa la palabra soledad. En un mundo interconectado nadie puede sentirse solo. Whatsapp, Facebook, Instagram, Twitter, Youtube… La falsa ilusión de no estar solos nos hacer olvidar que nunca estamos acompañados.
La soledad nos vuelve egoístas. No hay por qué atender las necesidades de los demás, todo se reduce a un mero intercambio para seguir sobreviviendo en este mundo en el que uno es fuerte hasta que encuentra a alguien que lo hace débil. Y no hay nada más desagradable en este individualismo moderno que encontrarte con una persona que te haga sentir vulnerable. No nos damos cuenta lo maravilloso que es encontrar a alguien que te tire al suelo, te haga sentir desnudo y a merced del destino.
Todos disimulamos muy bien. Si nos subimos en cualquier vagón de metro nos encontraremos con un montón de personas ensimismadas que viven esta vida sin necesitar nada, ni a nadie, bajándose en sus paradas, haciendo su rutina y seguras de sí mismas con la confianza de que aunque pierdan el rumbo siempre habrá una aplicación que les marque el camino hacia ningún lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario