sábado, 8 de agosto de 2015

Vividos por la vida

El otro día estaba leyendo un ensayo del psicoanalista alemán Erich Fromm sobre la abundancia y la saciedad en la sociedad actual. Tras muchas pequeñas bofetadas a lo largo de su análisis llegué a un párrafo en el que hablaba de una cuestión que a todos nos quita horas de sueño. El texto en cuestión decía así: "(...) lo que me preocupa en este momento no es el problema de la vida o la muerte, sino el de la ventaja que la muerte va adquiriendo sobre la vida. De lo que en el fondo se trata es de llegar a ser más vitales, más plenos de vida. Los hombres siempre se engañan al respecto. Vive como si hubieran cesado de vivir o como si aún no hubiera comenzado (...) Y los más bellos epitafios con sus catálogos de logros no pueden encubrir la cuestión esencial, que no debemos eludir: ¿estuvimos y estamos realmente vivos? ¿Vivimos o somos vividos?"
Es cierto que en anteriores entradas ya he analizado la obsesión que tenemos por no ser conscientes de nuestra propia existencia, de enmascarar nuestras dudas existenciales con actividades superfluas que nos hagan de pantalla protectora de nuestra verdadera miseria. Pero esto va más allá, ya que no habla de acción, sino de resultado; el momento en el que, con una cierta edad, nos sentemos a evaluar y a sacar conclusiones con el temor de descubrir que nos hemos boicoteado, que por no vivir la vida nos hemos convertido en un elemento más de una masa homogénea sin haber sido capaces de desarrollarnos como seres únicos e irrepetibles y hemos acabado adaptándonos a una sociedad que nos exige ser lo más instrumentales posible. Con ello le hemos ahorrado y nos hemos ahorrado muchos problemas.
Cuando era pequeño todos los días le pedía a mi hermana mayor que me hiciera un traje de Batman, ella siempre me decía que me lo hacía mañana. Todos los días era la misma cantinela y un día, ya harto, le pregunté que cuándo era mañana. Su respuesta rápida y sincera fue "mañana es el día que se te haya olvidado". Esa es la muerte de la que habla Fromm. Aparcamos problemas, posponemos proyectos y eludimos responsabilidades con la esperanza de que mañana se nos haya olvidado; pero el autoengaño es más difícil que engañar a los demás, pasan los años y seguimos con un enorme cajón mental donde están todos nuestros deseos, proyectos y preocupaciones esperando a salir. El cansancio, la necesidad de cobrar la nómina a final de mes o el miedo a encontrarnos con algo que nos saque de nuestra zona de confort nos hace vivir dentro de un círculo vicioso donde estamos constantemente dando vueltas buscando una puerta de salida.
No existe un remedio para solucionar esta pasividad vital en la que nos sumergimos sin darnos cuenta. Por muchos manuales de autoayuda o ensayos de psicoanalistas que leamos no vamos a tener la clave para enfrentarnos a la vida, hay que leer en nosotros mismos. La Biblia dice que hay que comportarse con los demás como quieres que se comporten contigo, y así actuamos, no porque lo diga la Biblia, sino porque creemos que es lo correcto para ser recompensados. Nos comportamos como si realmente supiéramos como nos gustaría que se comportaran con nosotros, como si tuviésemos claro lo que queremos del mundo exterior. Actuamos  intentando ayudar, ser comprensivos, pacientes y buenas personas y nos sentamos a esperar nuestra recompensa, ésa que nunca llega; lo que si que llega es la pregunta de qué está mal, por qué la gente no ve todo lo bueno que has hecho. La respuesta, si no somos unos victimistas empedernidos, está clara: no nos vemos a nosotros mismos. Si nosotros no nos vemos, nadie nos ve, nos volvemos transparentes. Andamos por las calles y somos invisibles, la propia vida se encarga de tapar algo que nos es digno de reseñar. Lo que no irradia luz es tragado por la oscuridad, esa que nos cae con aplomo en la espaldas, nos deja sin fuerzas y nos hace delegar nuestra ansias para dejarnos ser vividos por la vida.
Cuando lleguemos al punto de no retorno, cuando ya no haya nada más que hacer, tendremos una recompensa en forma de epitafio: "buen padre, buen marido y buen amigo". Y donde quiera que estemos diremos: "Es que yo no quería ser nada de eso, yo solo quería ser feliz. En mi siguiente reencarnación lo haré mejor".